sábado, 30 de marzo de 2013

PARA LA MISA CRISMAL 2013



LA PRESENTE HOMILÍA FUE ESCRITA POR EL ENTONCES ARZOBISPO DE BUENOS AIRES, CARDENAL JORGE MARIO BERGOGLIO SJ, ANTES DE PARTIR PARA ROMA Y ASÍ QUEDÓ IMPRESA PARA ESTE DÍA.



Homilía del Sr. Arzobispo en la Misa Crismal

Las lecturas nos hablan de los Ungidos: el siervo de Yahvéh de Isaías, David y Jesús nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos,para los oprimidos... Una imagen muy bella de este “ser para” del santo crisma es la del Salmo: “Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras” (Sal 133, 2). La imagen del óleo que se derrama -que desciende- por la barba de Aarón y baja hasta la orla de sus vestidos sagrados es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado en las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo. También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel. Es decir: el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo fiel y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires.

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, miramos la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza las periferias. El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos,para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción no es para perfumarnos a nosotros mismos ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se nos pondría rancio el aceite… y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: cuando sale de la misa, por ejemplo, con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, las periferias donde el pueblo fiel está expuesto a la invasión de los depredadores sedientos de su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con sus cosas -con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas-. Y cuando siente que el perfume del Ungido llega a través nuestro se anima a confiarnos cosas de ellos que quieren que le lleguen al Señor: “rece por mí padre, que tengo este problema...” “Bendígame” y “rece por mí” son la señal de que la unción llegó a la orla del manto porque vuelve convertida en petición. Cuando estamos en esta conexión y la gracia va y viene por nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales (en apariencia), a veces banales (de nuevo insisto, en apariencia) el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado que sabe que tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo apretuja por todos lados encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos -futuros sacerdotes- no ven todavía, no conectan: en la periferia existencial sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cfr. Lc. 8: 42). El Señor en cambio siente la unción en la periferia de su manto.

Allí hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las periferias donde hay sangre derramada, ceguera que desea ver, cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: algún curso de autoayuda en la vida no viene mal, pero vivir de curso en curso de método en método, lleva a pelagianizarnos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos a darnos y a dar el evangelio a los demás; a dar la poquita unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco (no digo “nada” porque nuestra gente nos roba la unción, gracias a Dios) se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador se va convirtiendo, poco a poco, en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor “ya tienen su paga”, medran a costa de las partes y así como no “ponen el propio pellejo ni el corazón” tampoco reciben un agradecimiento de corazón. De aquí proviene precisamente esa insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en coleccionistas de antigüedades o de novedades en vez de ser pastores con olor a oveja y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada “crisis de identidad sacerdotal” nos amenaza a todos y viene montada sobre una crisis de civilización; pero que si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la misma realidad nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se nota que es pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción (y no la función) y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Que el Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que fuimos ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de manera tal que la unción llegue a las periferias, allí donde nuestro pueblo fiel más lo necesita y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor que estamos revestidos con sus nombres, que no queremos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido.


Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

miércoles, 13 de febrero de 2013


Homilía del Cardenal Bergoglio con motivo de la Misa de Imposición de Ceniza - Desgrabación



Arzobispado de Buenos Aires
OFICINA DE PRENSA



Desgrabación de la homilía del Sr. Arzobispo de Buenos Aires Cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j., con motivo de la Misa de Imposición de Ceniza.


La mirada de la Iglesia en este día del comienzo de la Cuaresma está dirigida a nuestro corazón y su relación con Dios, por eso en la oración inicial decíamos que “comenzábamos un camino de conversión”. Lo que Dios quiere, su amor de Padre quiere, es un corazón convertido: que demos un paso más en ese camino de acercarnos a El, que es Padre, es toda ternura, es misericordia y es perdón. Por eso antes del Evangelio el celebrante repitió la frase: “No endurezcan su corazón sino que escuchen la voz del Señor”. Escucharla voz de Dios para que nuestro corazón deje la callosidad del pecado, la callosidad de no sentir las cosas de Dios, ese modo de ser de un corazón suficiente que deja que todo resbale… por eso se nos invita a sentir, a convertirnos.

Y convertirnos es ponernos en paz con Dios, reconciliarnos con Dios. Pablo a los cristianos de Corinto les dice: “Les suplicamos en nombre de Cristo. Por favor, déjense reconciliar con Dios”. ¿Pero cómo Padre? ¿No es que nosotros tenemos que reconciliarnos con Dios? Ninguno de nosotros, por nuestras propias fuerzas, puede reconciliarse con Dios; es Cristo el que vino a reconciliarnos con Dios. El mismo Pablo lo va a decir: Cristo está en el mundo reconciliando al mundo con Dios. Esa es su tarea! Es el pacificador, el que nos vino a poner en paz con Dios.

Déjense reconciliar con Dios… eso es lo que nos dice la Iglesia hoy. Dejar que Jesús vaya trabajando nuestro corazón para que nos reconciliemos con el Padre. Y vivir reconciliados con Dios es vivir en paz con El; vivir reconciliados con Dios es saborear la ternura paternal que El tiene; vivir reconciliados con Dios es dejarnos hacer la fiesta que se dejó hacer ese hijo que había salido de la casa de su padre para malgastar sus bienes, ese hijo que un día sintió la gracia dentro de su corazón y dijo: “Me levantaré e iré a mi padre.”

Esa es la frase que hoy, quizás, podamos decir cada uno de nosotros: Me levantaré como pueda, e iré a mi Padre. Todos los años vamos a encontrar algo para dejarnos reconciliar con Dios, por eso este año hagamos el poquito que podamos… Me levantaré e iré a mi padre. Entonces, cuando uno toma esa decisión y se deja reconciliar con Dios, por medio de Jesús que es el único que reconcilia, entonces está de fiesta, está de estreno, estrena un corazón nuevo y eso es lo que deseo para todos ustedes y me lo deseo para mí también. Que este primer día de Cuaresma nos animemos a estrenar un corazón nuevo. Que Jesús lo vaya renovando pero que digamos: Me levantaré e iré a mi Padre; estrenaré un corazón nuevo.

Que así sea.

Buenos Aires, 13 de febrero de 2013
Miércoles de Ceniza

Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

martes, 12 de febrero de 2013

MIERCOLES DE CENIZA

Miércoles de Ceniza: 
el inicio de la Cuaresma 13 de febrero 2013.




 Miércoles de Ceniza: 

El inicio de la Cuaresma

 La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón.
Las palabras que se usan para la imposición de cenizas, son: “Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida” “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás" “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”

Origen de la costumbre Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.

En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.

En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión. Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.

También, fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.

 La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo.Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres. Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. La ceniza se le impone a los niños y a los adultos.

 Significado del carnaval al inicio de la Cuaresma La palabra carnaval significa adiós a la carne y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que por falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevo, etc.) Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes anterior al miércoles de ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la cuaresma.

Muy pronto empezó a degenerar el sentido del carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían" durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue sucediendo en la actualidad en los carnavales de algunas ciudades, como en Río de Janeiro o Nuevo Orleans.

 El ayuno y la abstinencia:   El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y abstinencia. La abstinencia obliga a partir de los 14 años y el ayuno de los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Este es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos cambiar de vida para agradarlo siempre.

 La oración:   La oración en este tiempo es importante, ya que nos ayuda a estar más cerca de Dios para poder cambiar lo que necesitemos cambiar de nuestro interior. Necesitamos convertirnos, abandonando el pecado que nos aleja de Dios. Cambiar nuestra forma de vivir para que sea Dios el centro de nuestra vida. Sólo en la oración encontraremos el amor de Dios y la dulce y amorosa exigencia de su voluntad. Para que nuestra oración tenga frutos, debemos evitar lo siguiente:

La hipocresía: Jesús no quiere que oremos para que los demás nos vean llamando la atención con nuestra actitud exterior. Lo que importa es nuestra actitud interior. La disipación: Esto quiere decir que hay que evitar las distracciones lo más posible. Preparar nuestra oración, el tiempo y el lugar donde se va a llevar a cabo para podernos poner en presencia de Dios. La multitud de palabras: Esto quiere decir que no se trata de hablar mucho o repetir oraciones de memoria sino de escuchar a Dios. La oración es conformarnos con Él; nuestros deseos, nuestras intenciones y nuestras necesidades.

Por eso no necesitamos decirle muchas cosas. La sinceridad que usemos debe salir de lo profundo de nuestro corazón porque a Dios no se le puede engañar. El sacrificio Al hacer sacrificios (cuyo significado es "hacer sagradas las cosas"), debemos hacerlos con alegría, ya que es por amor a Dios. Si no lo hacemos así, causaremos lástima y compasión y perderemos la recompensa de la felicidad eterna. Dios es el que ve nuestro sacrificio desde el cielo y es el que nos va a recompensar. “Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Tú cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino Tu Padre, que está en lo secreto: y tu padre que ve en lo secreto, te recompensará. “ (Mt 6,6)”

Conclusión Como vemos, la ceniza no es un rito mágico, no nos quita nuestros pecados, para ello tenemos el Sacramento de la Reconciliación. Es un signo de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo que es el Domingo de Resurrección. Debe ser un tiempo de reflexión de nuestra vida, de entender a donde vamos, de analizar como es nuestro comportamiento con nuestra familia y en general con todos los seres que nos rodean.

En estos momentos al reflexionar sobre nuestra vida, debemos convertirla de ahora en adelante en un seguimiento a Jesús, profundizando en su mensaje de amor y acercándonos en esta Cuaresma al Sacramento de la Reconciliación (también llamado confesión), que como su nombre mismo nos dice, representa reconciliarnos con Dios y sin reconciliarnos con Dios y convertirnos internamente, no podremos seguirle adecuadamente.

Está Reconciliación con Dios está integrada por el Arrepentimiento, la Confesión de nuestros pecados, la Penitencia y finalmente la Conversión. El arrepentimiento debe ser sincero, reconocer que las faltas que hemos cometido (como decimos en el Yo Pecador: en pensamiento, palabra, obra y omisión), no las debimos realizar y que tenemos el firme propósito de no volverlas a cometer.

La confesión de nuestros pecados.- el arrepentimiento de nuestras faltas, por sí mismo no las borra, sino que necesitamos para ello la gracia de Dios, la cual llega a nosotros por la absolución de nuestros pecados expresada por el sacerdote en la confesión.

La penitencia que debemos cumplir empieza desde luego por la que nos imponga el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación, pero debemos continuar con la oración, que es la comunicación íntima con Dios, con el ayuno, que además del que manda la Iglesia en determinados días, es la renuncia voluntaria a diferentes satisfactores con la intención de agradar a Dios y con la caridad hacia el prójimo. Y finalmente la Conversión que como hemos dicho es ir hacia delante, es el seguimiento a Jesús.

Es un tiempo de pedir perdón a Dios y a nuestro prójimo, pero es también un tiempo de perdonar a todos los que de alguna forma nos han ofendido o nos han hecho algún daño. Pero debemos perdonar antes y sin necesidad de que nadie nos pida perdón, recordemos como decimos en el Padre Nuestro, muchas veces repitiéndolo sin meditar en su significado, que debemos pedir perdón a nuestro Padre, pero antes tenemos que haber perdonado sinceramente a los demás.

Y terminemos recorriendo al revés nuestra frase inicial, diciendo que debemos escuchar y leer el Evangelio, meditarlo y Creer en él y con ello Convertir nuestra vida, siguiendo las palabras del Evangelio y evangelizando, es decir transmitiendo su mensaje con nuestras acciones y nuestras palabras.

Sugerencias para vivir la fiesta Asistir a la iglesia a ponerse ceniza con la actitud de conversión que debemos tener. Leer la parábola del hijo pródigo, San Lucas 15, 11-32 o el texto evangélico de San Mateo 6, 1-8.